los
cambios tan dinámicos que se producen en la sociedad obligan a
desarrollar una educación diferente, una formación espiritual, más sana, una
pedagogía del cariño, una pedagogía del amor, una pedagogía de la
ternura, una pedagogía de los afectos, en fin, una educación del
corazón, que es el despertador del alma, para ello es importante que
comprendamos y reconozcamos a partir de un autoanálisis crítico que la primera
huella que la escuela, la televisión, la familia y la
sociedad en general, imprimen en el alma del niño es la competencia, la
victoria sobre sus compañeros, el individualismo: ser el primero en todo, el
ganador, por ejemplo, cuando utilizamos juegos didácticos
individuales en
el proceso de enseñanza -aprendizaje impulsamos la
competencia y el individualismo, pero cuando hablamos de competencias
laborales y cuando nos proponemos que nuestro estudiante sea competente y
competitivo, también lo hacemos sin esa intención, por supuesto; Entonces la
escuela transfiere la responsabilidad de educar a
la familia y la familia delega totalmente en la escuela la educación
de sus hijos, cuando el estudiante muestra un comportamiento negativo,
la escuela responsabiliza a la familia con tales conductas y viceversa, o sea,
cuando el hijo actúa mal en la casa, los padres de familia aseguran que la
escuela no está jugando el papel que debe jugar.
En
una ocasión un director de un colegio les dijo a los padres de los estudiantes:
"si
me prometen no creer todo lo que su hijo les dice que sucede en esta escuela,
les prometeré no creer todo lo que él dice que sucede en su casa".
La
educación que estamos dando a nuestros niños procrea el mal porque lo
enseña como bien; La piedra angular de nuestra educación se asienta sobre el
individualismo y la competencia y esto genera una gran confusión y dicotomía:
enseñarles cristianismo y competencia, individualismo y bien común; y por
otro lado le damos largas charlas sobre la solidaridad y el
colectivismo que se contradicen con la desenfrenada búsqueda del éxito
individual para el cual los preparamos.
¿Cómo
resolver entonces esta contradicción?
El
docente debe ser emprendedor, tratar de no perder nunca el buen humor, actuar
con jocosidad y dominar
las técnicas del trabajo en grupo; El docente debe ser
un integrante más del grupo y sus relaciones con los estudiantes deben ser
cordiales y amistosas, en este sentido es básico que se
produzcan relaciones interpersonales profundamente fraternales y
tiernas que despierten sentimientos de trabajo solidario, curiosidad
por el conocimiento, interés en el estudio y
la investigación.
Debemos ser docentes cariñosos, tiernos, afectivos, amables,
amorosos con nuestros estudiantes.
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